Planificar mejores ciudades, un análisis necesario.
Humanolitics
11/03/2017 02:37:00 p. m.
Por: Cristine Auclair y Mahmoud Al Burai.

Pueden llegar
a serlo, pero solo si se realizan ajustes considerables a la forma en que se
planifican, construyen y administran. Para que el crecimiento que impulsan las
ciudades permita un futuro sostenible y próspero, los gobiernos y las
constructoras deben volver a un enfoque de urbanización centrado en el usuario.
Hoy en día la
mayoría de las ciudades no hacen parte a los actores clave en el proceso de
planificación, lo que conduce a un desarrollo excluyente. Piénsese en una
característica de muchas urbes mal planificadas: los proyectos inmobiliarios
omnipresentes en su periferia. Estos esperpentos de múltiples unidades en medio
de la nada suelen estar desconectados del transporte público y otros servicios,
lo que agrava el aislamiento de sus residentes respecto del núcleo urbano.
Errores de diseño como estos, que tienen implicaciones
económicas y sociales, son sin embargo apenas el comienzo. Para los
profesionales de la planificación urbana como nosotros, resulta aún más
preocupante el que en muchos lugares el proceso de planificación entero sea
defectuoso: la forma en que reflexionamos sobre las ciudades, cómo se usan y
por quién.
Incluso los departamentos
de planificación mejor intencionados del mundo no siempre sitúan a la comunidad
en primer lugar. Parte de esto refleja la poca certeza sobre quién “posee” una
ciudad. Los residentes pueden llamarla “suya”, pero los gobernantes suelen
actuar de formas que sugieren lo contrario. Por ejemplo, un gobierno que busque
atraer inversiones podría equiparar los intereses económicos con las
necesidades de los residentes, y de esta manera reducir los estándares
ambientales o los impuestos de las empresas. No obstante, tales decisiones
podrían conducir a la desurbanización, es decir, el abandono de las ciudades a
medida que se tornan menos habitables.
La brecha entre viabilidad
económica y responsabilidad ambiental puede ser muy amplia. Considérese la
producción de automóviles tradicionales a gasolina. Si bien hoy en día este
tipo de industria podría impulsar el crecimiento de algunas ciudades, la
creciente preocupación pública sobre sus emisiones de CO2 está provocando cambios en la demanda de los consumidores.
Las empresas que puedan sacar partido de estos cambios estarán mejor
posicionadas para crecer a largo plazo.
La mayoría de las ciudades
carece de un proceso democrático de planificación, y en muchas grandes áreas
metropolitanas la desigualdad forma parte integral del tejido social. El punto
de partida debe ser institucionalizar la planificación participativa. Es
fundamental la existencia de programas que salvaguardan la democracia local
fomentando la transparencia y la rendición de cuentas. Los residentes dotados
de los conocimientos y los medios para expresar sus opiniones sobre los
problemas que afectan a sus comunidades son mejores vecinos y los debates sobre
planificación que tengan en cuenta sus puntos de vista generan un mejor diseño.
Dado que en todas partes y bajo cualquier sistema político se juzga a los
líderes por la habitabilidad de los lugares que supervisan, toda ciudad debiera
tener como objetivo un proceso de planificación inclusivo.
Teniendo como punto de
partida la planificación participativa, los gobiernos y los residentes podrán
avanzar hacia la construcción de ciudades más estratégicamente vinculadas a sus
regiones y áreas circundantes. Este tipo de crecimiento no solo se refiere a las
conexiones de transporte, sino también a la coordinación de políticas y medidas
en todos los sectores, incluidos la vivienda, los servicios sociales y la
banca. De esta forma, se pueden definir más claramente los roles y las
responsabilidades regionales, con una asignación de los recursos limitados que
sea estratégica, equitativa y en base a una agenda común.
Con demasiada frecuencia
las ciudades administran los recursos en compartimentos estancos burocráticos,
lo que puede aumentar la rivalidad precisamente entre aquellos que deben
trabajar de forma conjunta si las áreas urbanas que regulan han de invertir de
forma inteligente e implementar políticas con efectividad. La autonomía local
solo puede lograrse mediante una fuerte cooperación y coordinación regional.
La dispersión urbana es un
buen ejemplo de por qué un enfoque regional de la planificación resulta
crucial. Para limitar la dispersión se requiere una estrategia territorial
coordinada, de modo que las ciudades puedan abordar problemáticas comunes como
el transporte de mercancías, la concentración de viviendas y servicios y la
gestión y ubicación de corredores industriales. La cooperación intermunicipal
también puede lograr economías de escala al desincentivar la competencia
innecesaria.
Muchas áreas urbanas se
están diseñando como “ciudades para los ricos” en lugar de núcleos de población
para todos. Esto potencia de forma gradual la segregación social y amenaza la
seguridad de los residentes. Los términos de moda que suenan en la
planificación, como “ciudades inteligentes” y “desarrollo urbano sostenible”,
significan poco si las teorías en que se fundamentan benefician solo a una
minoría.
Como anticipara Jacobs, la
“ciudad” seguirá siendo el motor mundial del crecimiento económico y la
prosperidad por muchas décadas. Pero para que ese motor funcione con más
eficiencia, el mecanismo que lo impulsa –el propio proceso de planificación
urbana– necesitará una puesta a punto.
Publicado Originalmente en Project syndicate